En los últimos tiempos se ha expandido la propuesta del trabajo con mandalas, que constituye una fuerte experiencia de centración, una bella vivencia meditativa y creativa que nos invita a conectarnos con el eje, a volver al propio centro.
Fue Carl G. Jung quien introdujo en Occidente, los mandalas y su aplicación en la psicoterapia. Él acostumbraba interpretar sus propios sueños dibujando un mandala; al hacerlo captó la relación que tenía con su centro y a partir de allí, elaboró una teoría sobre la estructura del psiquismo humano. El analista de los arquetipos había descubierto que estas imágenes circulares representaban la totalidad de la mente, tanto consciente como inconsciente. Afirmaba que constituían una de las formas simbólicas, ancladas en el incosciente colectivo, con la que se manifiesta el arquetipo de Si Mismo, también conocido como Self o Yo profundo.
Según Jung: "El Self o Sí mismo es como la mónada (unidad)) que soy y que es mi mundo. El mandala representa esa mónada y se corresponde con la naturaleza microcósmica de la psique"
Dibujar y pintar mandalas, constituye una experiencia equilibradora que puede ayudar a centrarnos cuando estamos dispersos. Se trata de una figura, comunmente el círculo, sobre el cual se dibujan diferentes formas geométricas que se van combinando de modo armónico, creativo y manteniendo cierta simetría. Las más utilizadas son el círculo, el triángulo, el cuadrado, lacruz y el rectángulo, que se organizan en torno a un centro, siendo ésta la característica común a todo mandala, a pesar de la variedad de diseños posibles.
Este diagrama concéntrico puede también contener objetos y formas, ideas, símbolos, etc. El mandala aporta gran cantidad de información del psiquismo del autor, de la cual generalmente, éste permanece inconsciente. El primer mandala genera habitualmente un efecto catártico y liberador, que muchas veces puede aparecer, en formas y colores, de modo caótico y desordenado. Es por ello que resulta conveniente realizar un segundo trabajo, que tenderá a ordenar y equilibrar los excesos, desbalances y desarmonías, para lograr armonizar lo manifestado en el anterior. Los colores seleccionados son significativos, así como el manejo del espacio, cuya interpretación puede ser leída aplicando el simbolismo del espacio como lo hacemos en grafología y todos los test proyectivos.
Los movimientos centrífugos, es decir, los que se inician en el centro y se despliegan hacia el exterior, suelen llevar hacia la expresión, exteriorización de lo que estuvo previamente concentrado, centralizado, guardado.
Los trazados centrípetos, es decir, aquellos que se conducen de la periferia hacia el centro, de afuera hacia adentro, de la dispersión a la concentración, señalan el recorrido de la conciencia en la búsqueda de la conexión interior, del silencio aclarador y del encuentro del sí mismo.
A probar!!!
Margarita Moreno
Grafoanalista
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